En Chile, la Iglesia Católica está de luto, pero no por uno de sus tantos escándalos, sino por el fin natural de la vida. A sus 85 años, en la Clínica Isamédica de Rancagua, entregó su alma al Creador el obispo emérito de Rancagua, Monseñor Alejandro Goic Karmelic.

La noticia, confirmada con la formalidad que exige el protocolo vaticano, llegó hoy, 1 de septiembre, a través de un comunicado del Obispado de Rancagua. El texto, con el clásico tono de «profundo pesar», informaba que Goic había «partido a la Casa del Padre». Un eufemismo que en el mundo real significa que ya dejó este mundo terrenal. Y lo hizo luego de ingresar de urgencia el pasado viernes, en un estado delicado de salud que, al parecer, no pudo revertir.

No es un personaje menor. Goic tuvo el timón de la diócesis de Rancagua durante catorce años, un período en el que la institución intentó navegar en aguas turbulentas. Dejó el cargo en 2018, cuando el Papa Francisco aceptó su renuncia. El porqué de esa salida no es un misterio para nadie: se dio en medio de la crisis más profunda que ha enfrentado la Iglesia chilena por los abusos sexuales.

Pero de eso, obviamente, no se habla en el comunicado. La institución, con su eterna habilidad para esquivar el barro, se limitó a rogar por «el consuelo de sus familiares y cercanos» y a anunciar que pronto informará sobre los funerales. Un último rito para un hombre que, como tantos otros en la cúpula de la Iglesia, se va con la historia a cuestas.

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